lunes, 19 de marzo de 2007

LA FAMILIA, DEL PRINCIPIO AL FINAL (un primer repaso)


Una familia es el lugar donde un animalito indefenso llega, poco a poco y año tras año, a ser una persona que piensa, habla, estima, forma un familia... No hace falta ni decir que el animalito humano no llegaría a ser nada si no se lo amamantara, abrigara, limpiara, enseñara a caminar, a hablar, a controlarse, a vivir.

Cualquier cachorro de cualquier especie es capaz de valerse por si mismo. Aunque sea como el cangurito, que debe estar meses a la bolsa marsupial de su madre, pero que pequeño como un garbanzo es capaz de ir subiendo por toda la tripa, entrarse a la bolsa y ponerse a cerca del pezón por ir bebiendo la leche.

El humanito –el cachorro humano- debe aprender a ser persona, poco a poco, con la ayuda, la guía, el acodamiento constante de una serie de personas que están a su alrededores, y al que nombramos “ la familia”. No tanto porque sean de la misma “sangre” como porque son del mismo vivir y convivir, como se puede comprobar en los hijos adoptados. Incluso se parecen a los padres adoptivos en el porte, en el habla, en los gestos y, evidentemente, en la manera de vivir y entender el mundo y la vida.

La familia es el lugar donde los humanos llegamos a ser personas, sea una familia patriarcal mediterránea –donde convivían diferentes generaciones compartiendo la casa, las tierras, el trabajo la cotidianidad y la autoridad de un padre o una abuela-, o una familia monoparental –donde los hijos viven solo con la madre o el padre por separación o divorcio, muerto o simplemente porque la madre no formó pareja con el padre. Cada modelo de familia tiene sus características propias, pero todos los modelos de familia pueden producir –y de hecho producen- personas humanas adaptadas a la sociedad.

Una de las experiencias más curiosas para los niños pequeños es comprobar como en otras familias –en otras casas- las cosas no se hacen de la misma manera que en la suya. Por ejemplo, no es tan importante comer todos juntos, o se come en la cocina de cualquier manera, o se para una mesa de lo más bien puesta en cada comida; quizá haya un ambiente gritón, donde todos hablan y ríen, se escuchan o se cortan cuando los viene bien, o quizá sea una casa donde solo se habla cuando se tiene algo importante que comunicar; donde se nota que todas están pendientes de todos o, por el contrario, cada uno va a lo suyo. Las niñas y los niños pequeños, que pensaban que vivir era lo que se hacía a su casa, como se hacía a su casa y con las reglas que se tenían a su casa, se percatan que a las otras casas hay otras reglas diferentes a las de su familia. Y que aquella familia funciona de diferente manera a la suya y que no pasa nada.

Cada familia tiene un sistema propio y diferente, que ha ido elaborándose poco a poco desde mucho antes de que los novios –futuros padre y madre- se casaran y/o empezaran a vivir juntos. Porque cada uno de ellos llevaba a su ningún una estructura de familia de su casa, un sistema que había ido haciéndose desde que sus padres –los abuelos de los que serán sus hijos- se casaran, y que había sido elaborado en base a la idea de familia que cada uno de ellos llevaba de sus familias respectivas. Para cada persona el concepto de padre o madre está basado, para bien o para mal, en el que ha conocido y ha vivido en el seno de su familia desde que nació. Las reglas de juego de esa familia – quien manda, cuando se come, cuando se puede hablar, qué se puede y no se puede decir, qué es divertirse, a que se tiene derecho, en que se gastan el dinero...- conforman la idea de lo que para él o ella es la familia, y a la hora de formar la suya es lo que ponen encima la mesa. Y en seguida se extrañan que para ella –o él- las cosas no sean como son para él –o ella-.

Cuando empiezan a convivir en pareja se percatan que ni las palabras ni los conceptos que los parecían tan claros y firmes lo son realmente. Y es en los pequeños detalles donde más pueden chocar al principio: la ventana abierta o cerrada, el pestillo pasado en el baño o no, alzarse tarde o temprano los domingos, ir a comer sábados en casa de él o de ella... Y será cuando tengan hijos y deban poner en marcha otro papeles del teatro familiar cuando se percatarán que tienen más ideas diferentes sobre como funciona una familia y, por ejemplo, qué es ser padre y ser madre, quien se levanta por la noche o quien cambia los pañales, de que se hace cargo cada uno, quien se responsabiliza de decirle la hora de volver en casa, quien manda callar o quien habla...

En cualquier familia se contraponen dos maneras de ver el mundo y la vida, abonadas por años y años de historia y cultivadas con gozos, lágrimas, ganancias y decepciones. De eso no se puede huir, pero se puede saber que hay las diferencias, aceptarlas y probar a inventar un sistema familiar diferente al de él y al de ella. Porque hay que tener en cuenta que, si las cosas se hacen como la familia de él o de ella simplemente, siempre habrá un que gane y el otro que pierda. Y debemos saber que cuando alguien pierda después se debe vengar, aunque no quiera... Lo necesario es hablarlo todo y tomar decisiones compartidas, negociando, llegando a acuerdos y no aceptante las imposiciones de ella o de él sin decir ni mudo aunque parezca que eso es la que toca “porque el/la quiero mucho”.

Los hijos aprenderán las reglas familiares que viven en casa, pero se bueno que vayan conociendo que hay otras formas de entender el mundo y la familia. Sabiendo, evidentemente, que en casa mandan el padre y la madre, que son los responsables de su educación. Porque a las familias los responsables máximos son el padre y la madre, y son los que mandan y deben tomar las decisiones. Pueden pedir opiniones, hay que debatir y consensuar, pero la palabra final es del padre y de la madre, que deberán tener claro qué es lo que quieren para los hijos en la vida, cuál es su objetivo educativo.

La familia debe educar sus hijos para que vivan en medio de la sociedad y puedan valerse autónomamente. La autonomía es el objetivo final de la educación, la concreción práctica y real del crecimiento de las personas; una autonomía que se debe complementar con un sentimiento vivido de ser parte de una familia que ha ido formándose poco a poco a lo largo de la historia. Estar preparados para vivir en medio la sociedad quiere decir tener los elementos necesarios para soportar el alud de mensajes tanto contradictorios que ahora mismo cuartucho sobre todas las familias y todas las personas. Hay que ser autónomos por poder decidir en cada momento qué hacer y como actuar, sin sentirse obligados a actuar porque lo mando la televisión o "lo lleve el tiempo".

El problema del consumismo actual, que provoca las compras exageradas y compulsivas -mucho más exageradas y problemáticas en los jóvenes que en los adultos-; el creerse que se tiene derecho a todo sin ninguna obligación ni responsabilidad; la pérdida y falta de control del tiempo y de las actividades de ocio; el desbarajuste en la alimentación que provoca trastornos graves de anorexia, bulimia, comilitonas o ayunos sin medida por intentar conseguir unos esquemas corporales imposibles; la falta de proyectos de futuro de los infantes y jóvenes...Son solo ejemplos de las cuestiones que se deben resolver desde la familia y con la familia, registrando en su historia y aprovechando toda la fuerza de cambio que seguramente encontraremos, con la cohesión y la seguridad necesaria que da sentirse miembro de este grupo social básico e imprescindible para la vida personal y social.

Porque la familia es el lugar donde los cachorros humanos -animalitos peladitos e indefensos- llegan a ser y siguen siendo personas humanas.


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