domingo, 9 de noviembre de 2008

PARA QUE NO AGREDAN AL PADRE NI A LA MADRE, 2

Me comentan responsables de Guarderías/Escuelas Infantiles que están alarmadas por la manera en que algunas madres están aprendiendo a relacionarse con sus bebés. Y viceversa, cómo los/las bebés aprenden a relacionarse con ellas. Llegan a plantear la necesidad de que en el tiempo del embarazo, especialmente en las clases de preparación al parto, las matronas les expliquen que, además de lo maravilloso que es tener un hijo y cómo hay que hacer para que salga de la mejor manera posible, el parto es también el inicio de una serie de preocupaciones y problemas para el padre y la madre.

Los/
las bebés lloran, se manchan, se despiertan por la noche, hay que darles el pecho o el biberón, luego la papilla y después hay que conseguir que empiece a comer comida de mayores. Y tienen fiebre, vomitan, tienen diarreas, hay que llevarlos al médico y hay que ponerles vacunas.

La fantasía de una maternidad maravillosa y sin problemas, en la que todo es alegria, felicidad y amor lleva a que algunas madres se derrumben y claudiquen desde los primeros meses en gran parte de su responsabilidad educadora. Especialmente, si el padre no está a su lado compartiendo la responsabilidad de la crianza del/la bebé. Los meses siguientes al parto son duros, aunque la recompensa de los también duros meses del embarazo ya está presente en esa nueva criatura llena de ojos, de boca y de piel que acariciar.

Me comentan las educadoras de las escuelas infantiles que hay algunas madres de bebés de un año que se quejan repetidamente de que sus hijos/as les muerden... No saben cómo evitarlo ni cómo reponder. No saben cómo hacer para que esa pequeña criatura vaya aprendiendo a vivir y a crecer como persona, paso a paso, dia a día: a comer, a dormir, a jugar, a hablar, o a callar. Y en demasiadas ocasiones piensan que tener hijos/as les ha complicado demasiado la vida.
Ahora son madres y padres jóvenes pero antes fueron adolescentes, niños y bebés. De una generación a la que no se les ha exigido demasiado y que han aprendido a vivir de una forma muy cómoda, sin demasiadas responsabilidades propias ni en su familia de origen; que aprendieron que lo más importante es cada uno/a mismo/a, por lo que les cuesta ir perdiendo toda esa libertad conseguida a cambio de nada desde su nacimiento.

Si un bebé aprende a morder y gritar y
llorar y, con ello, a controlar a sus padres y al resto de adultos, mal comienzo de vida tiene. La responsabilidad de sus padres está en enseñarles que la vida no puede ser así y les tendrán que poner límites claros, reforzarles las conductas adecuadas y eliminar las inadecuades, dándoles amor incondicional y no consintiéndolo todo.

La educación de cada hijo o hija es responsabilidad de los padres. Por eso estaban alarmadas las educadoras de las escuelas infantiles, porque ven como esos padres y madres no son capaces de asumir esa importante reesponsabilidad. Y la guardería, la escuela o el instituto nunca pueden sustituir a la madre y al padre en su tarea de educar. Pueden ayudar y colaborar en la instrucción, en la socialización y en aspectos educativos de su vida, pero la responsabilidad es parental.

Por eso, desde las instituciones públicas, habría que plantear acciones dirigidas a las madres y padres jóvenes para diagnosticar sus capacidades educadoras y ofrecerles medios para que aprendan a cuidar y tratar a sus hijos/as. Y que el paso del tiempo no agrave las situaciones que ahora se van adivinando, cuando estos niños que empiezan a agredir de pequeños lo sigan haciendo de mayores.

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